Leo al final de una sinopsis: “¿Qué podemos esperar de esta película? Mensaje religioso en el ambiente y basada en hechos reales. O un aburrimiento, o toda una revelación…
Y zas! Señores, aquí les presento un pelotazo, un acontecimiento sobresaliente que ha provocado el entusiasmo del público y de la opinión generalizada de críticos, ya sean creyentes o puros agnósticos. Y sería tema de un estudio serio y sosegado el hecho de que viviendo como estamos en tiempos esencialmente descreídos, emerja la necesidad por un cine religioso o por lo menos, por un cine que aborde frontalmente el tema de la espiritualidad.
Y zas! Señores, aquí les presento un pelotazo, un acontecimiento sobresaliente que ha provocado el entusiasmo del público y de la opinión generalizada de críticos, ya sean creyentes o puros agnósticos. Y sería tema de un estudio serio y sosegado el hecho de que viviendo como estamos en tiempos esencialmente descreídos, emerja la necesidad por un cine religioso o por lo menos, por un cine que aborde frontalmente el tema de la espiritualidad.
No es algo nuevo; hace unos años el documental El gran silencio cosechó un éxito impensado, y hace bien poco la película La última cima se convirtió en todo un fenómeno subterráneo en la cartelera española. Además, en el día que empiezo a escribir estas líneas se estrena, al menos en las grandes ciudades de nuestro país, Thérèse, peli francesa sobre Teresa de Lisieux y que es del año ochenta y seis. Algo está pasando y es algo bueno. Por fin se están realizando extraordinarias películas religiosas para ser vistas por todo tipo de creencias y pensamientos sin caer en lo ridículo o en lo melifluo, sin ninguna necesidad de vender lo que en muchas ocasiones no somos, sino al contrario exponiendo con transparencia y veracidad aquello que sí somos y creemos, con nuestras equivocaciones y aciertos, con nuestras luchas internas y deseos, con nuestra humanidad y nuestra fe.
De dioses y hombres está protagonizada por monjes que no pertenecen a la ficción, sino que son bien humanos y reales. Eran franceses y vivían al norte de África en las montañas de Argelia. Son monjes cistercienses y corre el año mil novecientos noventa y seis, apenas quince años. Desean estar en paz consigo mismos y con el mundo, y a pesar de su escasez ayudan en todo lo que pueden, material y espiritualmente a la comunidad rural que rodea su monasterio. Su compromiso con el Islam es sincero y su preocupación por la comunidad rural es conmovedora. No hay apología ni comedura de tarro, hay solidaridad. La vida diaria de los monjes es mostrada con cariño y al detalle: el argumento fluye tranquilo entre las consultas al hermano médico, el cuidado del jardín y la administración de la casa. Aunque es en el superior en quien se centra el drama, todos los hermanos tienen un papel relevante en esta inmensa película, donde todos los conflictos que se van produciendo, tanto internos como externos al monasterio son tratados con cuidado y lleno de matices.
Aunque golpea directo en uno de los temas contemporáneos más candentes como es la relación entre el Islam y el post-colonialismo europeo, De dioses y hombres evita el sensacionalismo y los mensajes simplistas; incluso el terrorista islámico es escuchado, demostrando que en lugar de infligir daño, es capaz de un generoso y sincero comportamiento. Pero no todos son así, y al final estos personajes ejemplares son exterminados por la barbarie fundamentalista y el odio ciego al extranjero que practican los ortodoxos salvapatrias. No está absolutamente clara la identidad de sus asesinos, pero eso quizá ya de igual.
Hay más; a pesar de la atmósfera de violencia, la peli huye de mostrar el horror y se fija en el impacto emocional y en las consecuencias sociales. Y al llegar al punto en el que ven sus vidas realmente pendientes de un hilo uno no puede dejar de maravillarse ante su muy humana condición negándose a aceptar el martirio y su miedo a quedarse en Argelia, para dar paso a la convicción de que estarán traicionando sus principios si huyen a Francia, a sus contradicciones y su coraje, sus ganas de vivir y la sospecha de que se está acercando el horror, y la profunda democracia a la hora de tomar decisiones.
No hay trampas, repito. Todo es muy humano y muy espiritual, todo es creíble, todo es profundamente conmovedor y entrañable. Y tan es así que me gustaría regalaros los últimos cinco minutos de su guión, momento en el que usando la voz en off, el abad, de camino al martirio, pronuncia:
“Si me sucediera que un día, y ese día podría ser hoy, fuese víctima del terrorismo que parece abarcar en este momento a todos los extranjeros que vivimos aquí, quisiera que mi comunidad, mi iglesia, mi familia, recuerden que mi vida estaba entregada a Dios y a este país; que ellos acepten que el único maestro de toda vida no podía permanecer ajeno a esta partida brutal. Y para asociar esta muerte a la de tantas otras, tan violentas y abandonadas a la indiferencia del olvido. He vivido lo suficiente como para saberme cómplice del mal que parece, desgraciadamente, prevalecer en el mundo; e incluso del que podría golpearme ciegamente. Yo no podría desear una muerte semejante.
No veo como podría alegrarme de que este pueblo al que amo sea acusado sin distinción de mi asesinato. Conozco el desprecio con el que se ha podido rodear a los habitantes de este país, tomados globalmente. Conozco también las caricaturas del Islam fomentados por un cierto islamismo. Este país y el islam son otra cosa. Son un cuerpo y un alma. Mi muerte, evidentemente, parecerá dar la razón a los que me han tratado a la ligera de ingenuo o de idealista. Pero éstos deben saber que por fin seré liberado de mi más punzante curiosidad, y podré, si Dios así lo quiere, hundir mi mirada en la del Padre y contemplar con Él a sus hijos del islam, tal como Él los ve.En este gracias en el que está todo dicho desde ahora sobre mi vida, os incluyo por supuesto a amigos de ayer y de hoy; y a ti también, amigo del último instante, que no has sabido lo que hacías. Sí, para ti también quiero este gracias y este a-diós en cuyo rostro te contemplo. Y que nos sea concedido re-encontrarnos, como ladrones felices en el paraíso, si así lo quiere Dios. Padre nuestro, tuyo y mío. Amén.” Inchallam. Vete a verla, ya!
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