martes, 14 de diciembre de 2010

¡Qué bello es vivir!, Navidad 2010

Suena duro…, si, pero nadie se extrañaría si digo que el mundo no pasa por un buen momento y que un vistazo a las noticias sería suficiente para justificarlo. Decía que suena duro pero uno a veces piensa cuántas personas habría si al pasarle por delante cómo sería el mundo si nunca hubieran existido descubrieran que sería infinitamente mejor que con ellos en la tierra. Quizá muchas, demasiadas. Y se me podrá decir que quién soy yo para juzgar así, que quién define las reglas de lo que está bien y de lo que está mal, que quién decide, por ejemplo, que aquel que mata mejor sería que no hubiese nacido y aquel que roba o pega, o aquel que con sus actos provoca involuntariamente desgracia y dolor merece otra oportunidad. Así es que al menos me permito el pensar si el mundo sería mejor sin mi presencia, o mejor dicho, si el mundo estaría mucho mejor de no haber nacido.
La Navidad es un tiempo para mirar la realidad desde otra óptica, una invitación a creer en la bondad innata del ser humano sin que por ello tengamos que volvernos empalagosos y falaces; y para los cristianos concretamente, la oportunidad de dar a luz y de que el Nacido nos haga obrar de tal manera que el mundo sea más justo, más tierno y bendito, y a falta de otra palabra, que el mundo sea mejor porque estamos en él.
La película de la que voy a escribir me parece que habla de todas estas cosas, y lo hace de una manera sublime, maravillosa, sin artificios, de efectos casi mágicos. Una película que tras ser vista siete u ocho veces siempre se disfruta y nunca se ha tenido suficiente. Quizá porque la historia de George Bailey me resulta fascinante y mucho más rica de lo que aparece a simple vista. Hablamos de ” ¡Qué bello es vivir! “ ( F. Capra 1946).
Y la vida no es siempre lo que uno desea porque éste George Bailey, interpretado por un inmenso James Stewart, es un soñador que desea recorrer el mundo y que nunca lo puede llegar a hacer por el bien de los demás, por ser un filántropo. Pero la renuncia le saldrá cara, perderá su ilusión y vencido por la desesperación decide terminar con su vida y que la familia cobre el dinero del seguro. La aparición entonces de un extraño viejecillo (el ángel Clarence) con idéntica determinación de acabar también con sus días terrenales provocará que Bailey desista de su idea y le salve. Ha llegado el momento de conocer y ser protagonista de otra historia: la vida sin él.
No creo que haya otra película que emocione tanto y tan fácilmente como ésta. El comienzo es singular, con el diálogo entre dos astros de luces que hablan sobre una misión: salvar a un ser humano, a Bailey. Se nos presenta entonces su vida en un recorrido precioso desde su infancia y que está lleno de momentos memorables, cómicos y dramáticos (cuando el amor de su vida, aun niña, le confiesa en su oído sordo su amor, el por qué se queda sordo, el equívoco con la receta, todo lo que gira en torno al enamoramiento, o por supuesto, ese maravilloso “ ¿quieres la luna?”).
Ya de mayor, la peli nos muestra una de las características del cine de Capra: el dinero y la felicidad van por caminos separados. El rico es un amargado y aquí despreciable señor Potter (impresionante Lionel Barrymore). El pobre es feliz. De su enfrentamiento nacerá la desesperación que lleva al protagonista al borde del suicidio. Por entonces ya nos hemos enamorado de la vida de este hombre, de su vida completa, sin aristas ni lagunas, sin artificiosidades ni falsedades de ficción, la vida de un hombre común, luchador y extraviado, pero héroe a su pesar, un hombre que echa un cable a los más desfavorecidos de la sociedad, a los asalariados con más problemas para salir adelante. Lindo, muy lindo.
Y llega el tramo final, en el que el deseo de Bailey se ve cumplido, y transformado en pesadilla. Es uno de los mejores clímax de la historia del cine: Bailey comprobando cómo su vida, al igual que la vida de todos, afecta a todas las vidas que rozaron, y siempre de forma positiva, aunque observar a sus seres queridos incapaces de recordarle sea un duro trago para él. Menos mal que el ángel Clarence añade un poco de humor negro, porque es un bloque durísimo, descorazonador. Bailey, aterrado, deseará entonces con todo su corazón volver a vivir como antes, deseo que le es concedido y al regresar a casa, a su amado y cálido hogar, le esperará un pequeño gran milagro…
Bailey deberá conformarse con lo que tiene y aceptar una vida que antes menospreciaba, pero la óptica es radicalmente opuesta. Bailey descubre lo que verdaderamente importa y se da cuenta que había equivocado sus prioridades, que realmente, su vida ha sido valiosa y que tiene todo lo que podría desearse, una familia que le ama y un pueblo lleno de amigos, agradecidos y dispuestos a ayudarle cuando lo necesite. En definitiva, ha vivido, y tiene tiempo por delante para seguir haciéndolo, feliz y plenamente.
Y qué más podría deciros de “¡Qué bello es vivir!”, que es una de esas películas que hace amar el cine y a la vida misma, que nos transforma en algo mucho mejor con solo abrir un poco los ojos, que nos habla de que nunca es tarde, ni todo está perdido si tienes a gente cerca que te quiere. Y me encanta cómo transmite el concepto de un Dios preocupado y atento, que nos muestra lo mejor de nosotros mismos y a caminar por la senda, difícil y sacrificada, de aquel que opta por el bien común, por el amor al ser humano. Y entonces pienso que todo aquel que lea estas líneas se ve conmovido en su interior porque en realidad es una razón más por la que este mundo merece ser vivido aunque no te lo digas o no lo sepas. E imagino al que va a nacer, sonriendo y acostado en su cuna, satisfecho porque el mundo es mejor gracias a que estamos en él y en ÉL.
Feliz Navidad, Jesús Baena.

sábado, 4 de diciembre de 2010

ROSARIO FRONKONSTEEN

Sí, ya sé que todavía queda un mundo para la boda pero no puedo vencer la tentación de escribir unas líneas sobre una película que ha marcado nuestra relación desde que nos conocimos, y es así porque nos ha acompañado a lo largo de estos años quizá significando lo extraña y surrealista de nuestra amistad.
A veces y sólo por incordiar le digo a Rosario que busco las cosas que tenemos en común y no las encuentro, sus gustos musicales no son los míos, mi ropa le chirría, le encanta usar expresiones que me ponen del hígado, venera a esa salchicha que tiene por perro… en fin un buen catálogo para no ahondar en una amistad. Y sin embargo nada de eso enturbia una relación de años nacida a la luz del Camino y consolidada a través de la querencia y de aquello que resulta difícil explicar con palabras.

Dr. Frederick Frankenstein: ¿Sabe? No quisiera ser impertinente, pero soy bastante buen cirujano. Quizá podría ayudarle con esa joroba.
Igor: ¿Qué joroba?

Hay películas, no muchas, que bien servirían para una tarde sombría o más aún para esos momentos en los que estamos de bajón y la vida se torna gris. Puede que incluso Rosario se la esté recomendando ya a alguno de sus afligidos pacientes. Mire, vaya a casa y póngase a ver esta peli, “El jovencito Frankenstein” (“Young Frankenstein”, Mel Brooks, 1974) y verá qué pronto se le arreglan los males. Seguro que funciona porque hablamos de una de las comedias más disparatadas, delirantes, ingeniosas y divertidas de la historia del cine. Son de esas raras veces en las que todo cuadra a la perfección, con un encanto especial y quizá con la fortuna necesaria para dar en el clavo, o más bien debería decir en

“Vaya par de aldabas” “Gracias”

Y gracias debemos dar por habernos regalado esta joya cómica, género que ha sido pervertido por muchos, incluido Brooks, pero que en esta ocasión y en buena parte debido a un excelente guión escrito junto a Gene Wilder, rinde homenaje, parodia o revisa sin prejuicio alguno el mito cinematográfico de Frankenstein elevándolo a la categoría de milagro pues lo convierte con talento e ingenio a raudales en una de las más importantes películas sobre el monstruo, sin que las bromas y los gags visuales estorben a los momentos de suspense y horror, que también los hay y muy buenos, y sin que el tono manifiestamente gamberro diluya lo más mínimo la gótica atmósfera centroeuropea de clásico cuento de miedo. Soberbio.

Inga y Frederick encontrando cabezas en diferente estado de descomposición (muerto hace tres años, un año…) hasta encontrar la cabeza de Igor, que se pone a cantar, para desesperación de Frederick, que grita: “¡Aigor!”, a lo que Igor responde “¡Frodorick!”.

"Tenga, ayúdese, ayúdese" mientras Aigor pasa el cortísimo bastón a Fronkonsteen y este va y se "ayuda"... careto de Fronkonsteen

El punto de partida es magnífico, un científico prominente nieto del genio loco que no quiere ser relacionado con tal pero que no puede evitar la tendencia hacia el trabajo de su abuelo decide ahondar en el pasado y viaja desde Estados Unidos a Transilvania en tren tan ricamente. Antes, ya nos han avisado de lo que va a venir con unos elegantes pero desfasados títulos de crédito y una preciosa música compuesta por John Morris, y sobre todo con ese primer plano en lento travelling en retroceso donde nos muestra un reloj, la chimenea, el ataúd y el esqueleto del Barón aferrado a una cajita. El uso de la cámara y la luz es brillante. Después asistimos a la presentación del protagonista en una de sus clases prácticas que se ve acosado por un molesto alumno y que sirve para otro momento delirante cuando se clava el bisturí o los rodillazos en las partes nobles del esquelético hombre-prueba.

frankestein: de quién era ese cerebro? igor: A "noseque"... frankestein: A "noseque"? igor: A... normal.
¿Seguro que este es el camino? Igor: Al menos esta mañana lo era... y si no lo es, mala suerte
Podría ser peor... ¡podría llover!
O la escena con el ciego Gene Hackman o la del poli con los dardos
… sublime.

Y a partir de su llegada a Transilvania, nada más bajar, la legendaria aparición de Igor, o Aigor (genial Marty Feldman) con esos ojos saltones y estrábicos, su vocecilla y sus andares simiescos. Todas sus absurdas y surrealistas conversaciones. O la presentación de Inga o la impresionante Frau Blucher Hihihihi de los caballos y rayos y truenos…

Frederick Frankenstein? - No, Frederick Fronkonsteen - Y por qué no Frodorick Fronkonsteen?
Y cuando están transportando al cadáver y parados por un policía se le sale un brazo del monstruo con esa manaza, y empieza a limpiarse las uñas y a frotarse.

La creación del monstruo, un inmenso Peter Boyle, es espectacular y a la vez muy coñera, y sin perder un ápice de ternura asistimos a otra infinidad de delirantes gags, el baile, cuando le encierran y Wider entra solo para calmarle, y ese estupendo final de la historia tan perturbador como eufórico. Cientos de momentos que hacen de esta peli una joya que nunca nos hemos cansado de ver. Y aunque no sea cierto lo que dice la frase bailamos al son del ritmo marcado por el compás de una frase que Rosario y yo nos dedicamos mientras nos zambullimos en lo que seguirá siendo otra de las razones por las que nos queremos: el reflejo de un par de vidas a la luz del absurdo, delirante y maravillosamente tierno “jovencito frankenstein”.
“Nadie me quiere, nadie se preocupa por mí.. chachachacha..”

Con inmenso cariño, Jb.

Hacia donde me lleve el viento

Hace tiempo que no publico nada en el blog y sin embargo, en esta ocasión, no se debe a la razón habitual de mi inconstancia y dejadez sino a que me he dedicado a escribir a unos cuantos amigos, a realizar comentarios de cine, a mejorar mi método en la formación, a preparar materiales para el adviento, a reuniones de la comisión de formación para ir elaborando la ratio formationis para La India, visita del provincial… que junto a la vida ordinaria me han tenido ocupado últimamente sin darme mucha opción a sentarme y escribir pausadamente. Suena a innecesario o a excusa hacia nadie que no sea yo mismo, lo sé, pero quería empezar así, para recordármelo, para decirme que sigo en camino, para recuperar un poco de la luz que a veces siento perder. Recuerdo la última entrada del blog y mi aflicción, mi desencanto, y sin embargo terminaba diciendo que soy yo el que debo mirar las cosas desde otros ángulos. En este mes hemos tenido la visita canónica de nuestro provincial y la verdad es que acabé insatisfecho y un tanto decepcionado. Lo que pienso y lo que siento van por distintos derroteros pero ya voy tratando de armonizarlos y de hacer mi trabajo con suficiencia. Doy por bueno este tiempo de reflexión y de aclararme por dónde quiero tirar en mi manera de enseñar y vivir. Además, voy recuperando con alegría el gusto por la lectura, la constancia en mi estudio, la seriedad en la formación, el disfrute por escribir sobre cine, los amigos y mi familia, la sinceridad en la oración y la preocupación por llevar una vida comunitaria sana y equilibrada. Cosas que no debo perder de vista sino quiero que se me nuble el camino. Feliz Adviento.